Capítulo 11. El poder de bendecir

Bendice tu cuerpo, el templo escucha tu Voz.

Tu cuerpo no es un accidente. No es una máquina sin alma. No es una cárcel ni una condena. Tu cuerpo es el templo viviente del Espíritu, el instrumento sagrado a través del cual tu alma se manifiesta en el plano visible.

Cada célula, cada órgano, cada músculo, tiene una Inteligencia Superior. Y aunque muchas veces lo hayas descuidado, ignorado o incluso maldecido con tus pensamientos, tu cuerpo sigue fielmente respondiendo a tu voz. Sí, el cuerpo escucha. Escucha no sólo lo que dices en voz alta, sino todo lo que piensas, todo lo que sientes, todo lo que repites mentalmente cuando nadie te oye. 

Cuando dices estoy cansado de este cuerpo, él lo escucha. Cuando dices siempre me duele lo mismo, él lo registra. Cuando te miras al espejo con desprecio, tu cuerpo lo recibe como mandato. Y cuando lo bendices, aún con palabras sencillas, aún sin entender del todo, el cuerpo empieza a florecer. Porque no es el cuerpo quien produce el dolor, la tensión, la enfermedad, es la conciencia, a través de las ideas, los juicios, las emociones, la que modela su estado. Y si tú aprendes a hablarle con amor, con fe, con paciencia, con poder, ese templo sagrado se alinea nuevamente con su diseño original, armonía.

He acompañado a muchas almas que odiaban su cuerpo. Algunas por su forma, otras por sus síntomas, otras por su historia. Y en todas ellas, había un hilo común: El cuerpo había dejado de sentirse como hogar. Se había vuelto enemigo, objeto de vergüenza, espacio de frustración. Pero el cuerpo no necesita perfección para ser amado. Solo necesita ser bendecido.

¿Y cómo se bendice el cuerpo? No hace falta una técnica complicada. Solo hace falta Presencia y Verdad. Cada mañana, al despertar, coloca tus manos sobre tu pecho y di “Bendigo mi cuerpo. Bendigo este corazón que late con fidelidad. Bendigo mis pulmones que me conectan con la vida. Bendigo mis pies que me sostienen. Bendigo mis ojos que buscan la luz. Bendigo mis manos que sirven. Bendigo todo lo que soy, aún aquello que aún me cuesta amar. Declaro que la salud perfecta es mi herencia divina. Y que cada célula responde ahora a la vibración del Amor". Hazlo sin esperar milagros inmediatos. Hazlo como quien riega una planta cada día, porque el cuerpo no necesita un discurso. Necesita una Presencia que lo consagre.

Recuerda, la enfermedad no es enemiga. Es un mensaje codificado del alma a través del cuerpo. Una señal de que hay algo que no ha sido atendido, reconocido, amado. Y ese mensaje no se disuelve luchando contra él. Se disuelve cuando tú le dices “Gracias por mostrarme lo que aún debo sanar. Te escucho. Te honro. Te bendigo. Y ahora te dejo ir, porque ya aprendí". Entonces el cuerpo suelta la carga. Entonces la energía bloqueada empieza a circular. Entonces el sistema entero se reorganiza. Porque la bendición no es solo un acto espiritual. Es medicina real.

Y no solo bendigas cuando hay dolor. Bendice siempre. Bendice mientras caminas. Bendice mientras comes. Bendice mientras respiras. Haz de cada acción corporal una oportunidad de contacto con lo divino. Cuando te duches, no pienses en apuros ni pendientes. Declara “Este agua bendice mi piel. Me purifica por dentro y por fuera. Cada gota es una oración". Cuando comas, no repitas lo de siempre “Esto engorda. Esto me cae mal. Esto no es suficiente". En cambio, di “Bendigo este alimento. Declaro que nutre cada célula. Y que todo lo que entra en mí viene cargado de Luz". Haz esto cada día. Hazlo con sencillez. Y verás. Te lo prometo con la certeza del Espíritu que tu cuerpo empezará a responder, no porque tú lo estás forzando, sino porque por fin lo estás amando.

Amar el cuerpo no es vanidad. Es sabiduría. Es responsabilidad sagrada. Porque Dios te eligió para habitar este plano a través de ese cuerpo. Y donde Dios ha puesto su Presencia. Nada puede ser profano. No esperes a que el cuerpo mejore para bendecirlo. Bendícelo y comenzará a mejorar. No esperes a sentirlo perfecto para agradecerlo. Agradécelo y empezará a perfeccionarse desde adentro. No esperes a que alguien te diga que eres bello. Bendice tu forma y empezarás a irradiar belleza. Porque lo que está bendecido resplandece.

Tu cuerpo es el templo. Tu conciencia es el sacerdote. Y tu palabra es el incienso. Que no haya día sin que el templo escuche tu voz. Y que esa voz diga “Gracias, cuerpo mío. Eres expresión del Amor. Y yo te bendigo". 

 Oración para consagrar el cuerpo: 

Amado Padre, hoy reconozco que mi cuerpo no es un error. Ni un castigo. Ni una carga. Es tu templo viviente. Y yo lo bendigo. Cada célula, cada órgano, cada hueso. Responden ahora a tu orden perfecto. Declaro que mi cuerpo es salud. Es paz. Es armonía. Y que cada pensamiento de amor es ahora medicina en mi sangre. Gracias por este templo. Gracias por esta forma. Gracias porque ya estoy sanando.

Ir al capítulo 12