C11. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.
La Ascensión. Elevar el sentimiento al Cielo.
“Sube acá y te mostraré las cosas que han de ser después de éstas". Apocalipsis 4:1
La ascensión no es un viaje hacia el cielo celeste. No se trata de cuerpos flotando hacia el firmamento y almas abandonando la tierra. Ascender es elevar el estado interno, subir en conciencia, mover el punto de identidad desde lo humano a lo divino, desde lo limitado a lo absoluto, desde lo aparente a lo eterno. Y cuando el alma asciende, no escapa del mundo, lo transforma.
“Sube acá", se escucha en lo profundo del alma. Es una invitación perpetua. No de un dios externo, sino del Ser interno que ha estado esperando, pacientemente, que te reconozcas a ti mismo como Él. Esa Voz no clama desde los cielos, sino desde el centro del Yo Soy, desde el lugar secreto donde toda creación comienza. Y al subir, al aceptar esa invitación, se te muestran cosas que han de ser, no porque el destino las imponga, sino porque tú las has asumido.
El Cielo no es un lugar. Es un estado de conciencia. Es el nivel vibratorio donde la mente descansa en la plenitud, en la certeza, en la misión cumplida. Y tú puedes morar allí hoy mismo, si decides elevar tu sentimiento, si eliges dejar de vibrar en la desesperación, en la necesidad, en la duda, y colocas tu corazón, tu emoción sostenida, en la imagen ya realizada.
Cuando Jesús asciende, no lo hace como truco final de su obra. Lo hace para mostrar que el Espíritu humano puede elevarse por encima de toda apariencia, de toda historia, de toda ley visible. Su cuerpo desaparece, no porque haya sido negado, sino porque ha sido transfigurado por un nuevo estado. Ése es el destino de todo Ser que se atreve a subir la transfiguración del mundo según la visión interna.
He dicho y seguiré diciendo: el secreto está en el sentimiento. Porque el sentimiento es la conexión viva entre el estado imaginado y su manifestación. Imaginar sin sentir es soñar sin crear. Pero imaginar con sentimiento, eso es sembrar el Cielo mismo en la tierra. Cuando se dice “sube acá", se te está pidiendo que eleves tu emoción al nivel de tu deseo. No se te pide que esperes señales, ni que negocies con la realidad. Se te pide que sientas como cierto lo que tu alma anhela, aunque tu entorno grite lo contrario. Esa es la verdadera ascensión, cuando el corazón habita la escena deseada antes de que los ojos la vean.
Subir es abandonar. Abandonar el hábito de juzgar por lo que ves. Abandonar el placer enfermizo de contar tus problemas. Abandonar la identificación con la víctima, con el cuerpo, con el pasado. Y tomar una decisión divina, ser eso que has imaginado, sin titubear. La ascensión no se logra con esfuerzo, sino con renuncia. No con violencia, sino con fidelidad. Renunciar al viejo “yo" es subir. Ser fiel al nuevo “Yo", incluso sin pruebas, es subir. Y cada vez que lo haces, una parte del viejo mundo se disuelve y una nueva tierra se construye.
¿No lo dijo el profeta? “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva". Y ese nuevo cielo no vino con fuego ni catástrofe. Vino con visión. Vino con la ascensión del alma. Vino con el cambio de estado. Porque cuando el alma sube, todo su mundo sube con ella. Esta es la enseñanza que el mundo ha olvidado. Ha buscado la ascensión como escape, como evasión del dolor, pero la verdadera ascensión no huye, trasciende. No niega al cuerpo, lo glorifica. No rechaza al mundo, lo transforma desde lo invisible. Y tú puedes subir. No mañana. No después. Ahora.
Puedes cerrar los ojos, respirar, imaginarte cómo deseas ser y sentirlo como verdadero. Sostener esa emoción con suavidad, con alegría, con gratitud. Y cada vez que lo hagas, habrás subido. Y desde allí, desde ese nuevo estado, verás lo que ha de Ser. No porque lo adivinaste, sino porque lo creaste. No porque te fue prometido, sino porque lo asumiste. No porque lo merecías, sino porque lo encarnaste.
“Sube acá", es un llamado eterno. No a las nubes, sino al centro más alto de tu Ser. No a la fantasía, sino al poder. Y cuando subes, lo ves todo distinto. Porque has cambiado de lugar dentro de ti. La tierra ya no es obstáculo, es reflejo. El tiempo ya no es enemigo, es instrumento. La vida ya no es lucha, es espejo. Y así, cada día, puedes elegir dónde estar. En la cueva del pasado o en el monte de la visión. En la queja o en la gloria asumida. En la repetición o en la creación. Sube, entonces. No esperes que las circunstancias cambien. Cambia tú. Sube tú. Siente tú. Y entonces el mundo, obediente como siempre, se ajustará al cielo donde ya habitas.
El Evangelio de la imaginación. Revelaciones del Cristo interno. Por Neville Goddard.
