C2. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.
El jardín del YO SOY.
“Diles, Yo Soy me ha enviado a vosotros". Éxodo 3 y 14.
En lo más profundo de cada ser humano existe un jardín secreto, no hecho de tierra ni delimitado por tiempo. Es un terreno invisible, fértil, eterno. Y allí, en ese suelo que no puede ser visto por los ojos pero sí sentido por el alma, florece la semilla de todo lo que será. Ese jardín es tu Conciencia, y su nombre más sagrado es YO SOY.
Cuando Moisés, envuelto en la duda y el temor, preguntó al Altísimo por su nombre, la respuesta no fue un título celestial ni un sonido glorificado por las religiones. Fue una afirmación, “Yo Soy el que Soy". Y luego, una instrucción, “Diles, Yo Soy me ha enviado a vosotros". En ese momento, se reveló el secreto más poderoso jamás entregado al hombre: El nombre de Dios no es algo externo que se pronuncia, sino una afirmación que se encarna.
Cada vez que dices Yo Soy, estás invocando a lo eterno.
¿Pero qué ocurre en ese jardín cada vez que pronuncias Yo Soy con una imagen en tu mente y un sentimiento en tu pecho? Siembra. Porque el Yo Soy es la semilla, y lo que agregas a esa frase es el fruto que brotará en tu experiencia. Si dices “yo soy pobre", estás plantando pobreza. Si dices “Yo Soy Bendecido", estás cultivando bendición. El jardín no juzga. Solo hace crecer lo que siembras con sentimiento.
El mundo ha enseñado a utilizar el Yo Soy como si fuera una simple forma de hablar. Pero en verdad, cada afirmación que haces con ese verbo es una orden al universo. Es un decreto, una creación. Es como si el mismo Dios, dentro de ti, tomara forma a través de las palabras que tú pronuncias sobre ti mismo. Todo lo que el hombre llama destino es el resultado de las flores y las sombras que ha cultivado en ese jardín invisible. Pero nadie puede sembrar por ti. Nadie puede cuidar ese terreno salvo tú mismo. Y mientras sigas dejando que otros dicten lo que tú eres, seguirás cosechando frutos que no reconoces como propios.
El Yo Soy no es una herramienta mágica. Es la raíz de todo lo que Eres y experimentas. Si lo entiendes superficialmente, lo repetirás sin convicción. Pero si lo comprendes con el alma, comenzarás a vigilar con celo lo que te permites afirmar. Porque cada vez que dices “yo soy cansado", el cuerpo responde. Cada vez que dices “yo soy incapaz", la mente se limita.
Cada vez que dices “Yo Soy amado", el mundo entero conspira para reflejarlo. El jardín del Yo Soy no está en un plano etéreo lejano. Está aquí, en tu Conciencia presente. Y no necesita años para dar frutos. Solo necesita persistencia en el estado sumido. Porque el Yo Soy no responde al tiempo cronológico, responde al tiempo de la fe.
Un instante de verdadero sentimiento puede producir más transformación que años de oración sin convicción. ¿No lo dijo Jesús? “Si tuvieras fe como un grano de mostaza", ese grano es tu Yo Soy contenido, pequeño en apariencia, pero inmenso en poder. Porque ese Yo Soy es la única parte de ti que no cambia.
Puedes perder tu nombre, tu cuerpo, tu memoria, tu historia, pero el Yo Soy permanece. Es la Esencia que habita todos tus estados, el testigo silencioso de cada una de tus transformaciones. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, no perdieron un lugar geográfico. Perdieron el recuerdo de su Yo Soy divino. Fueron arrojados a la creencia de separación, de carencia, de miedo. Pero el jardín nunca fue destruido. Solo fue ocultado tras el velo del olvido.
Y cada afirmación equivocada, cada “yo no puedo", “yo no valgo", “yo no merezco", ha sido una piedra más, levantada contra su entrada. Pero cuando comienzas a afirmar con Conciencia, a decir “Yo Soy Luz", “Yo Soy Sabiduría", “Yo Soy Paz", no como quien se repite frases vacías, sino como quien vuelve a recordar su origen, el jardín se abre. Las flores brotan de nuevo. Las serpientes del miedo se disuelven en la claridad de tu autoimagen redimida. Porque el Yo Soy no necesita salvación. Solo necesita ser reconocido.
No hay oración más poderosa que esta: “Yo Soy lo que deseo ser". Porque en ella se borra toda distancia entre tú y tu anhelo. No estás pidiendo. Estás asumiendo. Y asumir es crear. El alma no entiende súplicas. Solo responde al acto firme de Identidad.
Cuando digas “Yo Soy abundante", siéntelo hasta que esa afirmación sea más real que tus cuentas pendientes. Cuando digas “Yo Soy sano", afírmalo hasta que tus células escuchen el canto de la vida. Cuando digas “Yo Soy amado", que tu pecho vibre como si el universo entero estuviera abrazándote.
Y si en algún momento el mundo externo parece contradecir tu afirmación, no cedas. Porque el mundo es solo el reflejo del estado interior. No te dejes engañar por el tiempo. La flor no nace el mismo día que se siembra. Pero la semilla ya contiene el árbol entero. Y tu afirmación, cuando está sostenida con fe, ya contiene el resultado. Este es el misterio del jardín, todo lo que tú eres, ya lo has afirmado antes. Todo lo que serás, lo estás afirmando ahora.
No puedes escapar del Yo Soy. Solo puedes decidir si lo usas para elevarte o para hundirte. Y esa elección, silenciosa y constante, es el verdadero libre albedrío. No necesitas ceremonias. No necesitas templos. No necesitas intermediarios. El jardín está abierto y tú eres el sembrador. Solo cuida lo que afirmas. Solo asume con Amor. Porque lo que plantas en tu Yo Soy florecerá en tu vida. No busques a Dios en otro lugar. Dilo con reverencia, con certeza, con fuego: “Yo Soy", y todo lo demás te será añadido.
