C3. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.

La caída, el olvido de la imaginación. 

“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos". Efesios 5 y 14.

La verdadera caída del hombre no fue desde un jardín físico, ni desde una altura moral, ni desde un estado de inocencia. Fue la caída desde el conocimiento de que su imaginación es Dios. Fue el olvido trágico de que todo lo que existe en su mundo es un reflejo de lo que primero sostuvo como cierto en su interior.

El hombre cayó cuando dejó de crear y comenzó a reaccionar. Cayó cuando cambió la fuente de su poder, el Yo Soy, por el espejismo de un mundo externo que parecía tener voluntad propia. 

El Edén no era un lugar en el mapa, sino el estado natural del alma despierta que sabe que es el Creador de su mundo. La expulsión del Edén no ocurrió por comer de un fruto, sino por darle más realidad a lo visible que a lo concebido en la mente. El pecado original no fue la desobediencia, fue la identificación con la forma, con el cuerpo, con el entorno. Fue el momento en que el hombre dijo, esto es real porque lo puedo ver, en lugar de decir, esto es real porque lo siento como verdadero en mí. Desde ese instante, comenzó a morir. No físicamente, sino espiritualmente. 

Comenzó a vivir como víctima de circunstancias, como esclavo del tiempo, como producto de una historia familiar o de un país. Comenzó a adorar a un dios lejano, cuando el Dios verdadero estaba durmiendo en su imaginación. ¿Y cómo cayó el alma en semejante olvido? A través del hábito. 

El hábito de mirar afuera. El hábito de temer. El hábito de creer en la autoridad del mundo. Día tras día, el alma fue cediendo su trono interior, entregando su cetro de creador, aceptando que su destino dependía de "otros". Y así, la imaginación, ese fuego eterno, fue apartándose bajo las cenizas de la rutina, del conformismo, del escepticismo. Pero aunque dormido, ese fuego no se ha extinguido. 

El Yo Soy no muere. Solo espera. Espera a ser recordado. Y cada sueño que aún vive en ti, cada impulso de algo más grande, cada visión que te visita en silencio, es el llamado del alma a despertar de su caída. Porque toda caída es una oportunidad para recordar el Cielo. Y ese Cielo no está arriba ni afuera, está dentro de ti, en la habitación secreta de tu imaginación.

He dicho muchas veces que el mundo no es una causa, sino un efecto. Pero ¿Cuántos viven como si fuera al revés? Se levantan y dicen “hoy será un mal día porque llueve". Se miran al espejo y declaran “no tengo energía", “no puedo más". Ven su cuenta bancaria y piensan “nunca saldré de esto". Y con cada palabra que aceptan como realidad, están cayendo una vez más. 

Cada afirmación de impotencia, cada aceptación de la limitación, cada rendición ante las apariencias, es un acto de olvido. El olvido de que la imaginación moldea la sustancia del mundo. El olvido de que sentir es crear. El olvido de que lo que se ve no es el final, sino el comienzo de lo que puede ser transformado. 

¿No lo dijo el maestro? “Según tu fe te sea hecho". No según tus esfuerzos. No según tus méritos. Según tu fe. ¿Y qué es la fe sino la certeza interior de que lo que imaginas es más real que lo que ves?

Despierta tú que duermes. No hay mayor muerte que vivir sin recordar Quién Eres. No hay infierno más profundo que creer que estás a merced del destino. Pero también no hay redención más gloriosa que volver a mirar tu mundo y recordar que fuiste tú quien lo soñó, que fuiste tú quien lo creó, incluso en tu inconsciencia. Porque todo estado negativo también fue una creación. Nadie sufre sin haber asumido antes, aunque sea sin querer, ese estado de ser. Pero aquí no hay culpa, sólo conciencia. Porque una vez que sabes que tú creaste tu cárcel, puedes crear tu libertad. No hay condena, sólo una llave invisible que siempre estuvo en tu bolsillo. Esa llave es tu imaginación y se activa con la simple decisión de asumir un nuevo estado

No necesitas entender cómo el mundo cambiará. No necesitas tener evidencia. Sólo necesitas sentir una nueva realidad como si ya existiera y mantenerte fiel a ella. Sí, el mundo se burlará. Los sentidos gritarán. Las voces externas dirán “no es posible", pero tú no hablas con el mundo, hablas con el Yo Soy. Y el Yo Soy responde, no a las apariencias, sino a la fidelidad

Cada caída que has vivido no fue un castigo. Fue una llamada. Un recordatorio. Un eco que te dice “Despierta, tú que duermes". Recuerda que en la Biblia, el Hijo pródigo cae en la miseria, pero no por ser malvado, cae por buscar fuera lo que siempre estuvo dentro. Y su regreso comienza cuando vuelve en sí, ése es el momento de la redención. No cuando es abrazado por el Padre, sino cuando se recuerda a sí mismo. 

La caída, entonces, no es un error, sino parte del viaje. Porque sólo quien ha olvidado puede conocer la dicha del recuerdo. Sólo quien ha estado ciego puede entender el milagro de la visión. Y sólo quien ha vivido como criatura puede saborear el regreso como Creador.

Ahora te pregunto, ¿Cuántas veces has dicho “no puedo"? ¿Cuántas veces has creído que eras débil, que eras pobre, que eras víctima? Cada una de esas veces, estabas durmiendo. Pero ya no. Porque éstas palabras no vienen de afuera. Vienen de ti. Son tu alma hablándote. Son tu Cristo interior recordándote que no caíste para ser castigado, sino para recordar que puedes levantarte cuando lo decidas. Y cuando te levantes, no será con violencia. No será con lucha. Será con una imagen. Será con un nuevo estado. Será con un acto silencioso en el que cierras los ojos, respiras y dices con poder “Yo Soy". “Yo soy libre. Yo soy fuerte. Yo soy sano. Yo soy completo. Yo soy el soñador y el sueño. Yo soy el Dios que se olvidó y ahora se recuerda". Y al decirlo, el alma se alza. Y al asumirlo, la caída termina. Porque el infierno no es un castigo, sino una amnesia. Y el cielo no es una recompensa, sino el recuerdo constante de tu poder creador.

Así, la caída se convierte en elevación. El olvido se transforma en despertar. Y el hombre, que una vez vivió como esclavo de las circunstancias, vuelve a caminar como Hijo del Altísimo, sabiendo que cada paso lo da dentro de su propio sueño, y que ese sueño puede ser reescrito en cualquier momento por el que se atreve a recordar.

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