C5. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.
La Virgen y el Espíritu. El nacimiento psicológico.
“He aquí, una Virgen concebirá y dará a luz un hijo". Isaías 7:14.
En el lenguaje del alma, toda historia sagrada es símbolo y todo símbolo es una clave para el despertar. Así ocurre con el misterio de la Virgen y el nacimiento del hijo. No es un hecho biológico ni un milagro suspendido en la historia de los hombres. Es un drama eterno que se representa continuamente dentro de cada ser humano que se atreve a concebir una nueva imagen de sí mismo.
La Virgen no es una mujer específica. Es un estado de conciencia. Es la mente purificada, no contaminada por la duda ni por las voces del mundo, lista para recibir la semilla del Espíritu, que no es otro que el Yo Soy en acción.
Cuando las escrituras anuncian que una Virgen concebirá, no están hablando de una concepción física, sino de la fecundación psicológica, que ocurre cuando una idea se acepta en la imaginación con sentimiento puro y certeza interna. Todo nacimiento verdadero ocurre primero en lo invisible.
La realidad que vives es el resultado de imágenes internas concebidas con emoción. Cuando te atreves a afirmar una nueva Identidad, cuando dices en silencio “Yo Soy" seguido de algo elevado, puro, deseado, estás embarazando tu conciencia. Y como toda concepción, requiere silencio, espera y fe.
La mente Virgen es la mente que no ha sido tocada por la razón externa. Es la mente que, como María, se atreve a decir “Hágase en mí según tu Palabra", aun cuando el mundo diga que no es posible. Es la conciencia que ha sido limpiada de viejas creencias y está dispuesta a recibir la Semilla Divina sin cuestionarla.
El Espíritu Santo no baja en forma de paloma, sino en forma de imagen sentida. No fecunda un útero de carne, sino el útero psíquico de tu imaginación despierta. Cada vez que te asumes como alguien nuevo, cada vez que te ves en una escena donde eres amado, próspero, iluminado, y sientes que es verdad, en ese instante, has concebido. Y como toda gestación, habrá un tiempo de espera, no porque el proceso sea lento, sino porque el mundo visible necesita alinearse con lo invisible.
La imagen concebida en la Virgen, tu conciencia, comenzará a crecer. Puede que al principio nada cambie afuera. Puede que parezca que todo sigue igual. Pero dentro de ti, algo ha sido sembrado. Y si no lo dudas, si lo proteges del juicio, si lo nutres con emoción, verás el nacimiento. Ese Hijo que nacerá no será de carne y hueso. Será un nuevo estado manifestado. Será la evidencia viva de tu transformación interna. Será el Cristo, no como persona, sino como manifestación del Yo Soy en una forma visible. Porque Cristo es cada estado en el que el hombre reconoce su divinidad. Y ese estado no llega por esfuerzo, ni por méritos, ni por castigo o recompensa. Llega por concepción.
Concebir es imaginar con certeza. Es sentir como real lo que aún no se ve. La mayoría no concibe porque vive en adulterio mental, se acuesta con el miedo, con la duda, con el hábito de creer sólo lo que ve. Pero quien se vuelve Virgen, quien limpia su conciencia de tales uniones, queda listo para ser fecundado por el Espíritu.
El ángel que visita a María no es una figura externa. Es el impulso interno del deseo divino que te susurra una nueva posibilidad. No viene para imponerte una carga, viene a preguntarte si estás dispuesto a asumir un nuevo estado. Y cuando tú respondes con aceptación, cuando dices “que se haga en mí", entonces el milagro comienza. El nacimiento no es inmediato, pero es seguro, porque lo que ha sido sentido como real, lo que ha sido asumido en el silencio del Yo Soy, debe nacer. La Ley no puede fallar.
El universo está construido para reflejar fielmente cada concepción sostenida con fe. He visto a hombres salir de la miseria al afirmar durante semanas, sin cesar, Yo Soy Próspero. Los he visto transformarse en salud al decir, en lo secreto, Yo Soy Vida. He visto relaciones renacer, talentos ocultos despertarse, vidas girar en nuevas direcciones, solo porque alguien se atrevió a concebir en su imaginación una nueva imagen de sí mismo. Ese es el verdadero nacimiento virginal. Y ocurre a cada instante, no una vez en la historia, ocurre cuando tú eliges no dejarte fecundar por el miedo del mundo, sino por la Voz suave del Espíritu que dice “Tú Eres más de lo que crees".
Y cuando ese Hijo nace, cuando la manifestación ocurre, muchos se maravillarán. Dirán que ha sido suerte, destino, bendición. Pero tú sabrás la verdad, ha sido la concepción consciente de una nueva Identidad. Ha sido el fruto de tu imaginación en armonía con el Espíritu. Ha sido la encarnación de tu Yo Soy. Entonces el mundo cambiará, pero no porque tú hayas cambiado el mundo, cambiará porque tú cambiaste la imagen dentro de ti. Y como es adentro, es afuera. Como en el Cielo de la mente, así en la tierra de la forma.
No hay nacimiento sin concepción. No hay milagro sin imagen sentida. No hay Cristo "externo" que venga a salvarte. El Cristo debe nacer dentro de ti, por el poder de tu imaginación purificada. Y para eso, debes ser Virgen, Inocente al juicio, Libre de prejuicios, Fértil en fe. Recuerda: La Virgen y el Espíritu no son mitos, son símbolos vivos del proceso creativo eterno. Tú eres María, y tú eres el Espíritu. Tú eres el que concibe, y tú eres el que da a luz, porque tú eres el Yo Soy y no hay otro creador fuera de ti. Entonces, escucha la Voz del ángel, siente el susurro de la nueva idea. Recíbela. Abrázala. Asúmela. Y di, con toda la fe de tu alma:
“He aquí, la sierva del Señor. Hágase en mí según tu Palabra". Y la Palabra, como siempre, se hará carne.
