C6. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.
La cruz y el estado asumido.
“Y cualquiera que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". Lucas 2:27.
La cruz no es un instrumento de tortura colgado en las paredes de los templos. No es un símbolo de dolor para ser venerado con lágrimas. Es un símbolo místico del Proceso más profundo por el cual la conciencia se une a su creación, es el acto de asumir completamente un nuevo estado de Ser, hasta el olvido de todo lo que no es ese estado.
Cuando el Maestro dijo que debíamos tomar nuestra cruz para seguirlo, no estaba exigiendo sufrimiento, sino un compromiso absoluto con la Identidad asumida. La cruz no es el sufrimiento externo, es la prueba interna del abandono del viejo "yo". Es el lugar donde el antiguo estado muere y el nuevo comienza a vivir, no porque haya sido concebido, sino porque ha sido encarnado.
La crucifixión es, pues, una ceremonia invisible del alma. Es el momento en que el hombre decide dejar de identificarse con lo que ha sido, con su nombre, su historia, su pasado, sus limitaciones, y se atreve a colgar esa vieja identidad en la cruz de la imaginación, para asumir un estado nuevo y divino. En ese sentido, la cruz es el altar de la transformación.
No puedes ser discípulo del Cristo, que es la conciencia despierta del Yo Soy, sin tomar tu cruz, es decir, sin asumir un estado nuevo con tanta fidelidad que mueras a todo lo demás. Ésa es la única muerte que tiene valor espiritual, la muerte al viejo ser. La cruz es fija. No se balancea. No duda. Así debe ser tu actitud interna al asumir un nuevo estado. Si deseas abundancia, debes asumir el estado del próspero y mantenerte allí como un crucificado, fijo, inamovible, indiferente al escarnio del mundo. Porque el mundo se reirá. Las circunstancias se burlarán. Las voces internas te dirán que mientes, que no puedes, que no es real. Y allí, clavado en tu estado, debes decir como el Cristo: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu". Ese padre no está afuera, es tu Yo Soy. Y ese Espíritu es tu atención consciente, que debes entregar completamente al estado asumido.
La crucifixión ocurre cuando te niegas a abandonar tu estado, aun en medio de la contradicción. Es cuando sostienes que eres sano, aunque el cuerpo tiemble. Es cuando afirmas que eres amado, aunque el teléfono no suene. Es cuando te ves libre, aunque los barrotes aun te rodeen. Allí, en ese sacrificio interno, en ese martillo de lo aparente, estás siendo elevado. Porque todo estado asumido con constancia debe resucitar en el mundo físico.
He dicho muchas veces que el hombre no necesita que lo salven, sino que despierte. Y el despertar viene al comprender que todo lo que desea ya es suyo, si se atreve a tomar la cruz, a asumir el sentimiento del deseo cumplido y perseverar en él. Pero pocos quieren ser crucificados. Muchos desean el milagro, pero no la transformación interna. Desean ver sin creer. Desean recibir sin asumir. Y por eso siguen vagando de deseo en deseo, sin nacimiento. Porque el hijo no nace sin concepción y no resucita sin crucifixión.
Crucificarte es abandonar el “yo no puedo". Es abandonar el “yo no soy digno". Es renunciar al cuándo y al cómo. Es decir “ya soy eso que deseo ser" y permanecer allí hasta que el mundo lo declare también. El Cristo no fue crucificado por error. Fue crucificado porque asumió completamente su Identidad Divina en un mundo que aún no estaba listo para reflejarla. Y así debe hacer el discípulo.
Asumir el estado deseado aun cuando parezca absurdo, aun cuando parezca imposible, aun cuando nadie lo comprenda, porque lo que el mundo llama locura, el Cielo lo llama fidelidad. Y esa fidelidad, esa permanencia inquebrantable, esa quietud interna, es lo que convierte la imaginación en Realidad.
¿Y qué sucede después de la crucifixión? La resurrección. Pero no ocurre por súplica, ocurre porque el estado asumido ha madurado. Porque has permanecido colgado el tiempo suficiente para que el viejo tú muera y el nuevo sea glorificado. La cruz es, entonces, el puente entre lo invisible y lo visible. Es el punto donde el deseo se vuelve carme. Es la consagración del alma que ha decidido no moverse de su visión, aunque todo le diga lo contrario.
No hay redención sin crucifixión. No hay manifestación sin asunción. Y no hay asunción verdadera sin fidelidad. Por eso, toma tu cruz. No la del sufrimiento, sino la del compromiso. La del Amor por lo que deseas ser. La de la certeza que no se rinde. Y cuando el mundo te diga que estás loco, que estás soñando, que estás negando la realidad, responde como el Cristo: “Mi Reino no es de este mundo". Porque tú no creas con lo que ves, creas con lo que sientes y si lo sientes como real, entonces lo es.
La cruz es el lugar donde dejas de pedir y comienzas a Ser. Donde dejas de esperar y comienzas a asumir. Donde dejas de existir como reacción y comienzas a vivir como causa. Así, cada vez que asumas un nuevo estado, recuerda que estás crucificándote. Estás diciendo al Universo “este soy yo, aunque aún no lo veas". Y si no te bajas de esa cruz, si no vuelves al viejo yo, si no claudicas, entonces verás la piedra rodarse y el sepulcro vacío. Verás la nueva vida emerger. Y sabrás que ha sido tu fe, no el azar, quien ha hecho el milagro. Porque la cruz es el principio del reinado. Y el reino del Cielo es de los que se atreven a morir al viejo yo, para renacer como Dioses.
