C7. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.

El diablo. La fe en las apariencias. 

 “Y le mostró todos los reinos del mundo. Todo esto te daré, si postrado me adorares". Mateo 4:8-9. 

En el corazón de la conciencia humana, el verdadero adversario no es una criatura con cuernos ni un ser maligno encerrado en fuegos eternos. El verdadero diablo es el mundo de las apariencias, cuando se le otorga más poder que a la imaginación. Es el espejismo colectivo que afirma  “esto es lo real", y exige ser adorado con miedo, con obediencia, con sumisión. 

No se trata de un ser sobrenatural. Se trata de un estado mental, el estado que nace cuando el hombre olvida que es causa y comienza a vivir como efecto. Ese es el verdadero satanás, el tentador eterno. La voz que susurra en medio de la necesidad: “duda de tu poder", “cree en lo que ves", “reacciona, no asumas".

Cuando Jesús fue llevado al desierto, según narra el evangelio, no enfrentó a un enemigo externo. El desierto no es un lugar físico, sino el estado de conciencia donde el alma está a solas consigo misma. Allí, en el silencio más profundo, sin distracciones, sin ayuda externa, el verdadero Yo se enfrenta a la ilusión. Y la ilusión habla con astucia. No ofrece oscuridad, sino esplendor:  “Todo esto te daré, si postrado me adorares". No es una amenaza. Es una seducción. El diablo no pide violencia, pide rendición. Pide que creas más en lo que ves, que en lo que sabes dentro de ti. Pide que le entregues tu atención. Porque allí está el secreto.

La atención es la oración constante del alma. Donde colocas tu atención, allí colocas tu fe. Y si tu atención se fija en el mundo externo como autoridad última, entonces has caído en la tentación, no porque hayas pecado, sino porque has olvidado que el mundo es un efecto, no una causa

El diablo, entonces, es toda afirmación que niega al poder del Yo Soy. Es todo pensamiento que dice  “no puedo", “no soy suficiente", “esto es demasiado difícil", “esto no es para mí". Es cada emoción que brota del miedo a las circunstancias. Es toda reacción que te hace olvidar que tú eres el soñador del sueño.

Y cuando adoras las apariencias, es decir, cuando las tomas como definitivas, cuando les entregas tu emoción, tu energía, tu identidad, te postras ante ese falso dios. Entonces, el mundo externo gobierna tu estado interno. Entonces, tu imaginación queda prisionera de lo visible. Entonces la Creación Consciente cesa y la repetición automática comienza. Por eso el Cristo interno responde al tentador con palabras eternas.  “Vete, Satanás, porque escrito está, al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás". Y ese Señor no está en el cielo. Está en el Yo Soy. Es el ser que imagina. Es la Conciencia despierta que se niega a inclinarse ante el mundo y permanece fiel a su visión.

He enseñado, y lo sostengo, que no hay diablo más poderoso que tu propia atención extraviada. No hay infierno más ardiente que la vida vivida desde la reacción. Y no hay tentación más sutil que la de creer que lo que ves es más real que lo que sientes en tu imaginación. La fe en las apariencias es la gran herejía del alma. Es el adulterio espiritual por el cual el hombre abandona a su esposa: la imaginación creativa;  para unirse a una ramera: el juicio de los sentidos. Y en esa unión se pierde la fertilidad.

No puede concebirse nada nuevo desde un vientre vendido al mundo. Pero tú, lector de este Evangelio, estás comenzando a recordar. Estás dejando atrás la fe ciega en lo visible. Estás aprendiendo a ver más allá del velo. Estás comenzando a hablar como el Cristo, a pensar como el Cristo, a caminar como el Cristo, porque te sabes Creador. Y como Creador, no puedes ser esclavo de lo creado.

No puedes servir a dos señores, el mundo externo y tu visión interna. Debes elegir. Y cada día, cada hora, cada instante, esa elección se presenta de nuevo. ¿A quién servirás? ¿A lo que ves? ¿O a lo que sabes?, ¿A lo que es? ¿O a lo que puede ser?, ¿A la evidencia? ¿O a la fe?.

No necesitas expulsar demonios, solo necesitas retirar tu atención de lo que no deseas perpetuar. Deja de mirar el fracaso y mírate triunfante. Deja de hablar de la enfermedad y siéntete sano. Deja de repetir la carencia y afirma la abundancia. Y entonces verás cómo el tentador se aleja, no porque lo hayas vencido con fuerza, sino porque lo has privado de tu fe. 

El diablo no muere, simplemente deja de tener poder cuando ya no lo adoras. Y adorar no es arrodillarse. Es creer. Es enfocar. Es asumir. Por eso, si quieres expulsar la oscuridad, no pelees con ella. Enciende la Luz. Y la Luz es el Yo Soy en estado despierto, asumiendo con certeza aquello que desea ver manifestado.

La próxima vez que el mundo te muestre todos sus reinos, los del miedo, la urgencia, la lógica fría y el realismo que llaman sabiduría, míralo con compasión y recuerda: “Todo esto es una ilusión. Yo Soy el Señor y a Él serviré". Porque tú no fuiste creado para inclinarte ante las apariencias. Fuiste creado para dominarlas. Fuiste creado para soñar y ver tus sueños tomar forma. Fuiste creado para imaginar y luego decir: “Hágase".  Y el Universo obedecerá. 


El Evangelio de la imaginación. Revelaciones del Cristo interno. Por Neville Goddard. 

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