C9. El Evangelio de la Imaginación. Revelaciones del Cristo interno.
El mar en calma. La mente sosegada crea Realidad.
“¿Por qué teméis hombres de poca fe?" Mateo 8 y 26.
La tormenta no es el viento. No son las olas. No es el estruendo del mundo. La verdadera tormenta es la mente agitada que ha olvidado su poder. La tempestad nace cuando el alma, que debería descansar en su estado asumido, comienza a mirar a los sentidos y a temer que lo deseado no se cumplirá. Y sólo cuando el mar interno se calma, el mundo externo responde en armonía.
El relato evangélico es claro, los discípulos, temerosos ante el rugido del mar, despiertan a Jesús, quien duerme en la barca, no porque ignore el peligro, sino porque su conciencia está en paz y la paz es el verdadero dominio. Cuando le despiertan, no se une a su miedo. No entra en pánico. No pregunta por la magnitud de las olas. Sólo dice, “¿por qué teméis hombres de poca fe?" Y con una sola palabra, calma el mar.
Ese mar no está afuera. Ese mar es tu mente. Y ese Cristo que duerme en la barca, también eres tú. Es tu conciencia profunda, segura, estable, que no necesita pruebas para saber que lo asumido se manifestará. El miedo lo despierta, pero no lo domina. Él domina al miedo. Porque la mente en calma no necesita luchar, crea.
He dicho muchas veces que la imaginación crea Realidad. Pero esa imaginación no actúa cuando la mente está agitada. No puede operar en medio del ruido. La creación ocurre en el silencio. Y el silencio sólo llega cuando la fe ha tomado su lugar. Cuando el alma ha decidido confiar en la Ley, en la imagen, en el Yo Soy, más allá de cualquier apariencia.
Muchos oran, pero sus oraciones son gritos desesperados lanzados a un cielo que no responde, No porque el cielo no escuche, sino porque la agitación interna bloquea la fe. La oración verdadera no es súplica, es afirmación. Es comunión. Es el acto sereno de decir “Yo Soy" y quedarse allí, en paz. Aunque la tormenta ruja, aunque las olas se levanten, aunque la barca se sacuda. Esa es la mente que crea, la que permanece en su visión incluso cuando el mundo parece contradecirla.
El mar se calma no porque Jesús imponga su voluntad al océano, sino porque su Conciencia no reconoce el caos como real. Y eso es poder. El hombre que domina su mundo es el hombre que domina su estado interior. No reacciona. No se desespera. No se precipita. No suplica. Sabe que lo que ha asumido ya es. Y en ese saber, su mente se vuelve como el mar en calma, profunda, firme, receptiva.
Cuando tú imaginas una escena deseada, y la asumes como real, debes permanecer allí. No sólo en pensamiento, sino en emoción. En actitud. En respiración. En silencio. Si comienzas a dudar, si miras las olas, es decir, las circunstancias externas, y reaccionas, has dejado tu centro. Has entregado tu cetro al miedo. Y el mar no se calmará hasta que tú te calmes.
El secreto está en sostener el estado imaginado sin interrupción emocional. No basta con visualizar un minuto al día, si pasas las otras 23 horas negándolo con preocupación. No basta con declarar afirmaciones si en tu interior sientes lo contrario. El mar interno debe ser dominado, no por fuerza, sino por Presencia. Una Presencia tan intensa en el estado deseado que el viejo mundo no tiene espacio para existir. Ése es el Cristo dormido que debes despertar, no el que grita milagros, sino el que reposa en su certeza. Él sabe que lo que imagina es más real que lo que ve. Él no necesita moverse para transformar el entorno. Solo necesita saber, profundamente, que el Verbo ya se ha hecho carne. Y esa certeza solo llega en la calma.
La mente sosegada es la matriz de toda creación. Cuando te aquietas, cuando dejas de luchar, cuando abandonas la necesidad de controlar, y simplemente sientes que ya Eres, entonces, el mundo comienza a moverse para reflejar tu paz. La tormenta es la duda. El mar embravecido son los pensamientos dispersos, las emociones contrariadas, los deseos rotos por la incredulidad. Pero tú no estás hecho para naufragar. Tú estás hecho para gobernar. Y tu timón es el estado que asumes, sostenido en calma, sin ceder.
Recuerda, el mundo no cambia porque tú luches contra él. Cambia porque tú cambias tu vibración interior. Y esa vibración solo se eleva cuando el alma descansa en su visión. No temas las olas. No escuches los truenos. No despiertes al miedo. Solo despierta al Cristo que duerme en ti, y dile "yo sé que ya es". Y él se levantará, no para agitar, sino para silenciar. Para mirar al mar de tu mente y decirle con autoridad "calla, enmudece" y el mar obedecerá, y el viento cesará. Y tú sabrás que la paz no es un efecto, es la causa. La causa de todo milagro. La semilla de toda transformación. Porque la mente en calma no pide, decreta. No duda, sabe. No reacciona, crea. Y cuando la creación nace desde esa paz, el mundo entero se convierte en reflejo de un mar apaciguado.
El Evangelio de la imaginación. Revelaciones del Cristo interno. Por Neville Goddard.
